Ahí estaba el pequeño niño, sentado
en la arena con sus diminutos pies siendo acariciados por el agua salada que
cubría las piernecitas y luego regresaba de vuelta al océano.
Otros niños jugaban a lo lejos, sus
risas apenas sobresalían del poderoso rugido de las olas. De cuando en cuando,
alguno de ellos le llamaba al pequeño, invitándolo a que fuera a jugar. Ninguno
podía entender cómo era capaz de quedarse ahí sentado durante horas mirando a
la luna.
Todas las tardes, en cuanto el manto
de la noche cubría la playa, el pequeño niño dejaba a sus compañeritos de
juegos y corría a sentarse con la mirada fija en el horizonte esperando su
llegada. El ritual se había repetido día tras día, desde que el pequeño tenía
memoria, quizá desde aquel momento en que su madre había desaparecido. Nadie
sabía que había sido de ella.
Todas las noches venía su padre,
clavaba la espada en la arena y se sentaba en silencio junto a su hijo a ver el
horizonte. Pero el pequeño no miraba al horizonte, miraba a la luna con una
mirada tan fija que parecía estar ausente. Algunas mujeres le habían dicho al
padre que su hijo era víctima de un hechizo, que buscará a un viejo mago de la
montaña para que rompiera el encanto, pero el padre sólo se encogía de hombros,
asentía con la cabeza y seguía su camino. No sabía si su hijo estaba o no
hechizado, lo que sabía era que ese pequeño representaba el único recuerdo de
la mujer que había amado tanto.
Después de mirar el horizonte, el
guerrero se levantaba en silencio, tomaba su espada y comenzaba a caminar,
después de varios pasos, volteaba y con un corto sonido llamaba la atención del
pequeño que seguía embelesado con la luna. Al escuchar el llamado del padre, se
levantaba como despertando de un sueño y apresuraba sus pequeñas piernas para
alcanzar las largas zancadas del hombre; sólo entonces se olvidaba de la luna y
fijaba su atención en brincar de una huella a otra en la arena. En su
fantasía, cada paso sobre los pasos de su padre, era también un paso más
cerca de la luna, la misteriosa luna.
El pequeño creció y se convirtió en
uno de los mejores guerreros de su generación. Por las mañanas practicaba con
sus compañeros y por las noches, repetía una y otra vez los pasos aprendidos en
la arena. Era como si peleara con un enemigo invisible; quien lo miraba pensaba
que estaba practicando una danza, más que una batalla. Toda la noche repetía
los movimientos, al amanecer aprendía otros nuevos, dormía un par de horas y
volvía a su entrenamiento. Nadie dudaba que ese joven sería un gran maestro
algún día.
Parecía que el encanto había
desaparecido pues ya no se sentaba horas a mirar la luna, sin embargo, cada
movimiento que realizaba con su espada, estaba dirigido hacia la enorme rueda
redonda que brillaba en el cielo por las noches y hacia su reflejo sobre el
mar.
Los ancianos y las ancianas le decían
a su padre que buscara una joven con quien casarlo, pero el padre respondía que
aún no era el momento, que su hijo necesitaba practicar y que una esposa lo distraería.
El joven también prefería estar sólo, no era que no le gustara ninguna joven,
al contrario, las encontraba a todas hermosas y atractivas, sin embargo, no
encontraba en la piel de ninguna, ese brillo especial. Toda su atención y
energía estaba en practicar con la luna.
Cierta noche, mientras practicaba sus
movimientos con la espada, le llamó la atención una silueta que surgía del mar.
Iluminada por el brillo de la luna, una joven desnuda se sumergía en las olas y
jugaba con el agua. El joven guerrero detuvo su entrenamiento y se quedo
fascinado mirando los movimientos de la joven y escuchando su risa melodiosa.
De pronto la joven volteo y sus ojos
se encontraron con los del guerrero. Apenada se cubrió con las manos su cuerpo
desnudo, sonrío ligeramente y se sumergió en las olas, desapareciendo al
instante.
Desde aquel día, la vida del joven
guerrero no volvió a ser la misma. No podía concentrarse en su entrenamiento,
le costaba repetir los pasos, había perdido el placer de empuñar su espada. En
las noches, cuando trataba de mirar la luna, lo único que podía ver eran los
brillantes ojos de la joven. Caminaba toda la noche por la costa esperando
encontrarla nuevamente, pero era en vano. En el día recorría toda la villa
mirando a las jóvenes, esperando encontrar a su sirena, su dama del agua.
Pasaron varios meses y el joven
guerrero se consumía, había bajado de peso, su rostro lucía demacrado, sus ojos
habían perdido el brillo. Ya no entrenaba ni hablaba con nadie. Había dejado de
ir por las noches a la playa, dormía día y noche. El padre, preocupado por su
hijo, decidió buscar al mago de la montaña para que le ayudara. El anciano
hechicero pidió que llevaran al joven a su cueva para sanarlo.
Dos compañeros de entrenamiento lo
llevaron cargando hasta dejarlo a los pies del altar de la montaña. El
hechicero los despidió y comenzó a preparar un brebaje extraído de las plantas
sagradas. El joven ya no abría los ojos, era un fantasma, un muerto en vida.
Luego de prender una gran fogata junto al altar, el mago le dio a beber el
brebaje, colocó cuatro imágenes sagradas alrededor y se retiró a hacer sus
oraciones. La noche había caído.
Cuando el primer rayo de la luna tocó
el altar, el joven comenzó a convulsionarse, era como si a un cuerpo muerto, le
inyectaran vida repentinamente, sin embargo era una energía sin control. Sintió
fuerza en todos los miembros de su cuerpo y se levantó de un solo salto, pero
sus piernas no tenían fuerza para sostenerlo, así que cayó nuevamente al suelo.
Miró su cuerpo y pudo sentir cómo el rayo de la luna se había metido hasta lo
más profundo, sus huesos eran azules y brillaban con un resplandor lunático. En
su cabeza había muchas ideas e imágenes que pasaban rápidamente como las nubes
de un huracán.
Se miró a sí mismo de pequeño en la
arena, miró a su padre, miró cómo el pequeño niño que era él, se metía al
océano y comenzaba a ahogarse, comenzó a ahogarse junto al fuego, pero cuando
parecía que la muerte era inevitable, sintió el calor del líquido, esa humedad
que lo envolvía, no lo ahogaba más, lo recibía, lo acunaba, era el bebé dentro
del vientre de la madre, era él siendo concebido por su madre. Ya no había
peligro, ya no había temor, todo era plácido.
Abrió los ojos y saliendo de su
ensoñación vio un enorme perro negro que lo miraba como si lo estuviera
midiendo. No era un animal agresivo a pesar de su gran tamaño y su imponente
figura. Parecía un guardián, quizá era la mascota del mago y lo había mandado a
cuidar al joven.
Cerró los ojos y regresó a su
ensoñación. Seguía en el vientre de su madre pero ya no se sentía tranquilo.
Algo sucedía en el exterior; salió del vientre y pudo ver a su madre joven,
embarazada de él. Había una guerra, su madre lloraba en silencio escondida detrás
de un altar. Un enorme brillo cubría la tierra. Era un incendio. La Villa
entera estaba incendiada. Había guerreros peleando unos con otros y cuerpos
regados por aquí y por allá. Pudo ver a su padre entre el humo peleando, pudo
sentir la preocupación, la angustia de ese hombre por proteger a su amada y al
hijo que llevaba en su vientre.
Miró al cielo y pudo ver la luna
llena brillando en lo alto. Parecía tan tranquila, tan apacible, era como si no
supiera que allá abajo, los humanos peleaban, sufrían, vivían una vida que
pensaban que era larga. Luchaban por sus ideas o sus tierras, por sus bienes o
su sangre. La luna ajena, se mantenía majestuosa, pura, intocable.
Regresó al vientre de su madre y rezó
porque no la mataran, porque sobreviviera. Luego le agradeció por haberlo
protegido, por haberse mantenido con vida, por haberle dado la vida.
Abrió nuevamente los ojos y sintió el
fuego que lo calentaba en el altar. Las cuatro figuras sagradas, como
guardianes o maestros lo miraban, lo cuidaban, lo protegían al igual que el
enorme perro negro que debía estar por ahí en algún lugar. Miró la fogata y
como una visión apareció su padre dentro de las llamas. Un hombre común y
corriente, un buen guerrero, su padre, no pudo evitar que las lagrimas
corrieran por su rostro. Le agradeció por su vida, por haber hecho lo
suficiente para que él estuviera vivo.
Cerró nuevamente los ojos y miró a su
madre cargando un bebé. Estaban otras personas ahí, unos ancianos y estaba su
padre. Los ancianos le decían algo a ella, algo de una deuda sagrada, algo de
pagar con la vida. Su madre lloraba y su padre discutía con ellos. Un anciano
dijo: “La ley es la ley” y se retiraron dejando a la joven y triste pareja y su
bebé.
Sintió el frío en sus huesos y una
tibia mano le tocó el corazón; era ella, la dama del agua, la sirena lunar,
estaba desnuda frente a él con su piel azul, la miró a los ojos y pudo
reconocerla, pudo reconocerse a sí mismo en aquella mirada marina. Poco a poco
la piel azulada fue calentándose hasta tomar un color rosado hasta convertirse
en una mujer de carne y hueso.
-Te buscaré hasta encontrarte y
pelearé por ti- Pensó él.
-No tienes que buscarme, no tienes
que pelear. El amor no se busca, el amor no se pelea, el amor se encuentra. Lo
único que puedes hacer, es abrirte a él- Dijo ella con una suave y amorosa voz.
–Cuando llegue el momento, nos encontraremos. En esta vida o en otra- Al decir
la última palabra, la dama del mar se convirtió en el humo de la fogata y
desapareció en la oscuridad de la noche.
Abrió los ojos y miró al anciano mago
de cabellos blancos, sentado a su lado:
-Toda vida tiene un precio, por eso
vale la pena vivirla- Dijo mientras fumaba de una extraña pipa.
El joven guerrero cayó presa de una
somnolencia inevitable y durmió por dos noches seguidas. La tercera noche despertó
y se encontró nuevamente al lado de una fogata, no podía reconocer si estaba en
el mismo altar o lo habían llevado a otro sitio. El mago le entregó un cuenco
con una bebida de olor fuerte.
-Bebe- Dijo el mago –Bebe y escucha-
Se sentó en un tronco finamente labrado; a su lado estaba el dogo negro.
-Cuenta una leyenda que una joven se
enamoró de un guerrero. La joven era felizmente correspondida por él, pero
ambos sabían que su amor no podía ser.
Sus familias eran de clases
distintas, a él lo habían comprometido con la hija de un rico comerciante y
ella había sido consagrada como sacerdotisa al servicio de un templo. Por las
noches se encontraban en secreto y disfrutaban de la presencia del uno y de la
otra. No necesitaban nada más, el solo estar mirándose a los ojos era
reconfortante.
Dos días antes de que el guerrero se
casara, la joven corrió al bosque y pasó toda una noche conjurando a la luna.
En sus rezos le pedía que le concediera la unión de sus amantes corazones.
La leyenda dice que la luna bajó y le
dijo:
“El amor abre caminos donde parece no
haberlos.
Tienes que saber que tu deseo es el
deseo del universo.
Los regalos que la vida te da, no son
tu propiedad ni tu control.
Tu deseo se cumplirá, y del fruto de
ese amor, el universo se bendecirá.
Pero si no abres los ojos, si no
sueltas, hay un precio que pagar.
Una ofrenda, una forma de vida, una
muerte y una separación.
Si tienes oídos para escuchar,
escucha, vive el dolor y goza de tu amor”.
Al día siguiente inició una terrible e
inesperada guerra, la boda del guerrero se pospuso y este tuvo que pelear por
su tierra. La joven, junto con otras mujeres, rezaban y ponían ofrendas día y
noche para que los guerreros salieran victoriosos. Cada que encontraban un
tiempo libre, los dos jóvenes se escapaban y en la oscuridad del bosque
encontraban la paz en el cuerpo del otro.
Cierta noche, ella le dijo que
esperaba un hijo de él. Fue la mejor noticia y la peor noticia, ambos lloraron
de tristeza y de alegría. Una sacerdotisa del templo no podía quedar preñada,
era una maldición para toda la comunidad, así que durante nueve meses, se las
arregló para ocultar su estado.
La noche que estaba dando a luz
detrás del altar, fue descubierta por una mujer y llevada ante las autoridades.
El guerrero también fue llamado al consejo de ancianos. Se determinó que ella
era una de las razones por las que la guerra no había tenido fin y se le obligó
que se sacrificara ella o a su hijo para apaciguar la furia del templo y a la
luna misma. Al guerrero se le advirtió que si ella no cumplía con lo que se le
había pedido, él sería el encargado de acabar con la vida de la joven o con la
de su propio hijo.
Los jóvenes enamorados vinieron a
verme con su pequeño en brazos –Dijo el hechicero- Les dije que le pidieran a
la luna clemencia y entregaran en ofrenda aquello que amaban más. La joven
inundada en lágrimas no quiso escuchar y dijo que no estaba dispuesta a perder
nada de lo suyo, luego salió corriendo al bosque gritando insultos a la luna,
diciendo que la encontraría y le demostraría de lo que era capaz. El guerrero
corrió tras ella pero no pudo encontrarla. Después de esa noche nunca más se
supo nada de la joven.
Al día siguiente vencieron al enemigo
y la guerra terminó. El guerrero se casó obligado por su madre y su hijo fue
cuidado por ella. La abuela, que vivía sola, desde que el marido había muerto
en la guerra, tomó al pequeño como su consuelo y lo cuidó. El padre lo amaba
mucho pero no podía demostrarle todo su cariño, lo más que podía hacer era ir
por él a la playa y sentarse junto a su pequeño mirando el mar y pensando en la
madre que nunca apareció. Luego lo llevaba con su abuela y él se iba a cumplir
sus deberes. El resto de la historia ya la conoces-
Al terminar de hablar, el mago se
levantó, recogió el cuenco y salió del recinto.
El joven guerrero estaba embotado,
saturado, la bebida tenía un efecto embriagador y la historia que acababa de
escuchar había sido demasiado. Sin poder evitarlo, sus ojos se cerraron y
volvió a dormir dos noches y sus días.
Cuando abrió los ojos y ya había
amanecido, el rocío de la mañana cubría las hojas y el olor a tierra húmeda era
placentero. Los primeros rayos de sol llegaron hasta su cuerpo. Se sentía
fuerte, animado. El mago le ofreció una infusión de hierbas que le calentó los
huesos y el corazón. Miró el altar y agradeció a los ancestros por la
enseñanza.
El anciano le dijo: Es hora de
regresar. Si quieres acabar con la maldición que pesa sobre ti y tus padres,
tendrás que enfrentarla-
-Enfrentar a quién- Dijo el joven.
-¿La luna? Pero ella no es la
culpable- Dijo sorprendido el joven.
-Quizá no, pero el conjuro que hizo
tu madre sigue pesando sobre ti. Sólo cuando enfrentes la fuerza de la luna,
podrás recuperar tu propia fuerza, tu lugar en el mundo-
-No puedo enfrentar a la luna, ella
es la única que me ha acompañado y protegido-
Dijo confundido el guerrero.
-Ese es el más grande reto de un
guerrero, enfrentar aquello que ama. Ser capaz de poner límites a su corazón.
Amar sin ser dominado, sentir sin fusionarse, entregarse sin perderse, dar sin
vaciarse. Tu madre no lo entendió, tu padre no lo supo hacer, la vida te está
pidiendo que tú lo hagas. Que lo hagas por ti y por nadie más-
-¿Pero cómo seré capaz de enfrentarme
a ella?-
-Encontrándote, respetándote,
valorando quien eres, tomando tu lugar de guerrero, tomando la fuerza de tu
padre, de tus abuelos, mirando con respeto al padre sol, sólo entonces podrás
enfrentarla con respeto. Lo harás por ti, pero si lo consigues, estarás
liberando a muchos guerreros y muchas sacerdotisas-
-¿Y si no quiero hacerlo?-
-Es tu decisión, pero al destino,
tarde o temprano, hay que responderle-
Diciendo esto, salió de la cueva
acompañado por su enorme perro negro.
El Joven guerrero supo que tenía que
prepararse para lo que venía. Regresó a la villa y por tres meses estuvo
entrenando día y noche, recuperando su habilidad, su fuerza y su salud. A
menudo venía a su cabeza la imagen de los ojos de la dama del agua, de su
sirena lunar, pero recordaba sus palabras: -El amor no se busca, el amor no se
pelea, el amor se encuentra- y entonces sabía que la encontraría en esta vida o
en la otra, cuando fuera su momento. El saber eso, le daba una fuerza
extraordinaria que podía enfocar en sí mismo y en su cometido.
Cuando sintió que era el momento,
tomó su espada y salió rumbo al bosque a caminar. Tenía una expresión decidida,
como quien ha tomado las riendas de su vida y está dispuesto a pagar el precio
de sus acciones.
Caminó junto al río contracorriente,
cruzó el bosque, cruzó montañas, valles. Guiado por la luna y las estrellas
avanzó en busca de su destino. Después de ese largo caminar, por fin llegó a la
cima de una montaña y ahí se dio cuenta que esa era su montaña, ese era el
lugar y ese su momento. La oscuridad era total, la única luz visible era el
lejano resplandor de las estrellas. El frío cubría su cuerpo sudado y
semidesnudo. Con los pies adoloridos, se sentó en una dura roca a
descansar. Tenía que prepararse, recuperar el aliento y la fuerza para
enfrentar lo que estaba por venir. Se sentó con la mirada fija en el horizonte.
Sabía que ahí es donde ella iba a aparecer. La noche parecía estarla esperando
también. En cuanto su agitada respiración se serenó, un silencio absoluto
cubrió la montaña. La paz se reveló total en cada piedra, en cada hierba y en
cada gota de rocío. No parecía el preludio de una batalla, era más como
la calmada meditación del Universo.
El guerrero sentía el acompasado
latir de su corazón, la fortaleza de la sangre que corría por su templado
cuerpo. Para esto se había preparado durante tanto tiempo, estaba listo, era el
momento. Ella estaba por llegar, por aparecer con su seductora luz, dispuesta a
iluminarlo, a cubrirlo con su hipnótica energía, a engullirlo en su
insaciable fuerza femenina, pero él ya no tenía dudas, estaba listo para hacer
algo distinto. Una lechuza o quizá una loba aullaron a lo lejos y en ese
momento apareció el primer resplandor de la luna. Había llegado el momento, el
guerrero respiró hondamente y sonrió.
Como todas
las noches de su vida, la luna apareció majestuosa, era una luna llena,
brillante. Su velo luminoso comenzó a cubrir la tierra develando todo lo que la
oscuridad cubría: las copas de los árboles, los arbustos, el brillo de los
lagos del valle. Fue devorando todo a su paso como la ola que llega a la playa;
iluminó sus pies descalzos, sus pantorrillas, se deslizó por sus muslos, rodeó
su vientre, y cuando estaba por llegar a su corazón, algo la detuvo. Eran
las manos del guerrero: mientras la izquierda se posaba en su corazón, la
derecha mostraba de frente la palma, con el brazo estirado en una clara señal
de detener su avance. En ese momento la luna se mostró completa en toda su
desnudez, lo cual hizo que la fuerza de su brillo aumentará pasando sobre las
manos del guerrero, sobre su corazón y su cabeza. Parecía una batalla
pérdida, era como si la luna supiera, una vez más, que el guerrero no
era rival para ella. El guerrero no perdió la calma, cerró sus ojos, respiró
profundo y recordó las pisadas de su padre en la arena, el sonido metálico de
su propia espada en el combate y escuchó con atenta devoción el latir de su
corazón. Entonces un agradable calor comenzó a surgir en su pecho.
Si el
guerrero hubiese tenido los ojos abiertos, quizá se hubiese sorprendido de lo
que pasaba: su corazón comenzó lentamente a iluminarse con una luz cálida,
apenas perceptible que fue creciendo hasta convertir su pecho en una antorcha
brillante. El guerrero no necesitaba abrir los ojos, sabía lo que estaba
pasando, tenía perfecto control de lo que pasaba dentro y fuera de él.
-Lo
lograste, encontraste tu lugar, te liberaste de mi poder. Liberaste a tu madre
y también me liberaste a mi. Gracias por los límites, gracias por el amor,
gracias por la luz. Ahora puedes seguir tu camino, ahora te puedo acompañar en
libertad, ahora puedes utilizar mi poder para liberar a otros y a otras- Dijo
amorosamente la luna.
La gente
del valle sorprendida vio una enorme llama de luz en la punta de la montaña. Al
principio parecía la erupción de un volcán. La luz era tan fuerte que competía
con el brillo de la luna, era como si el sol hubiera regresado de su reino
diurno a encontrarse con la reina de la noche. Nadie supo explicar lo que
sucedió aquella ocasión.
Años después,
en la villa se contaban historias, leyendas de un guerrero de la luna que tenía
el poder del sol y que se había encontrado con una dama del agua. Una de esas
leyendas contaba que se les podía ver llegar a los pueblos juntos o cada uno
por separado a enseñar el arte del amor. Otros dicen que el guerrero se
convirtió en un anciano sabio capaz de unir el día y la noche. Hay quienes
cuentan que si miras el horizonte en el mar, a la hora en que el sol entra el
agua, se puede ver al guerrero y a la dama del agua tomados de la mano.
-Marco Navarro-
Gracias por compartir y por tus comentarios.